Pases de muleta / Por Juan TOMÁS FRUTOS
Por ellos nos sentimos algo, por ellos hay algo más que un recuerdo.
Por Juan TOMAS FRUTOS. Nadie vive con los consejos de los demás, pero lo cierto es que de vez en cuando hemos de tomar los términos del lenguaje taurino para esbozar ese aprendizaje, como decía Einstein, que viene de la experiencia, y no de la suma de informaciones.
A veces, por circunstancias nos hemos de pegar, sí, la muleta al cuerpo, y con un molinete llevarnos el riesgo hasta casi el corazón, que ha de bregar y aguantar como un campeón. La fuerza ha de sobreponerse al miedo. Incluso a menudo nos podemos provocar óptimas coyunturas hincando las rodillas con la gallardía que admite y requiere el momento.
Hemos de saber, asimismo, combinar las manos, y, así, en unos instantes es posible que convenga un pase natural, con el clasicismo y la tradición que le caracteriza, y en otras oportunidades iremos con voluntad firme con ese derechazo que nos porte con convicción a la conclusión del lance pretendido.
No siempre podemos dejar que la vida pase sin que la controlemos: la existencia, como el toro, puede ser recortada con un trincherazo o una trincherilla, dependiendo del contexto, del origen, del destino, de la destreza con la que nos movamos. Ambas manos nos dan una capacidad extraordinaria.
Cuando queramos asumir más riesgos, cuando la convicción y la valentía sean mayúsculas nos podríamos sugerir un estatuario, e, inmóviles, hemos de dejar que pase el mundo con toda su carga mientras lo oteamos a la cara sin pestañear.
Buscando más apuros, pero también más belleza, hemos de implicarnos con un pase cambiado por la espalda y viajar por todo el firmamento con la hermosura del que se la juega para ganar. ¡Hay que ir a por todas!
Y cuando todo parezca finito, y, a modo de ciclo, para recomenzar, hemos de ser lo suficientemente diestros para dar ese pase de pecho con el que terminar con ese matiz donde las testas del fiero destino y el propio nuestro divisen con prestancia hacia arriba, hacia delante, hacia donde nos hemos de dirigir.
En nuestro acontecer, y a dos manos, a tramos, desarrollaremos igualmente una manoletina o una bernardina, prestos a enfrentarnos a la soledad e incluso a la muerte. No hay miedo, ni dolor, y, si lo hay, no nos vencerá. En el clamor de la tarde representaremos una arrucina o cualquier otro pase de muleta con el que dignificaremos y definiremos a los que nos antecedieron.
Por ellos nos sentimos algo, por ellos hay algo más que un recuerdo. Somos conscientes de que con el capote podríamos fundirnos en mucho más.